
Si se busca en el diccionario la traducción para “Lonesome”, se encontrará “Triste y solo”.
Supongo que a nadie le gustaría mucho ser llamado así.
Sí. No faltan los imbéciles que anda pregonando lo tristes que son, pero nada que hacer. En el mundo llueven imbéciles, cosa que me cansa.
Lo bueno de la vida es que existe el cine. El año 2005 apareció “Lonesome Jim”. Dirigida por Steve Buscemi y protagonizada por el cada vez más cotizado Casey Affleck, el hermano buen actor del, al parecer, buen director Ben.
La historia es la de Jim. Un chico de 27 años que vuelve a su pueblo natal en Indiana después de fallar en el intento de vivir su propia vida. Vuelve a la casa de sus padres, donde también vive su hermano mayor, Tim, quien nunca siquiera se ha mudado del techo de sus viejos, está divorciado y, aparte de trabajar en la fábrica de sus padres, es entrenador del equipo de básquetbol de sus hijas. No es menor el detalle de que este equipo no ha marcado un simple punto en los 14 partidos jugados hasta la fecha.
Los padres son raza aparte. El padre es un tipo amargado, cansado de vivir y de escuchar al resto. Su madre es una persona llena de felicidad, que ve el lado positivo en todo y siempre con una sonrisa en los labios.
Luego de una discusión entre hermanos, Tim choca su camioneta contra un árbol, rompiéndose las dos piernas y quedando en coma. En el intertanto, Jim a conocido a Anika (Liv Tyler), una dulce madre soltera, enfermera y con ganas de vivir la vida de una forma coherente y más optimista que su nuevo amigo/amante.
Jim es obligado por su padre a trabajar en la fábrica. El acepta sin ganas, pero ¿tiene ganas de algo Jim?
Años atrás las películas nos mostraban el éxodo que se producía desde los pequeños pueblos a las grandes metrópolis, donde las oportunidades estaban a la vuelta de la esquina.
Pasada la fiebre se vuelve a la realidad.
Hoy le toca el turno al regreso y al darse cuenta de que los sueños fueron sólo eso y que la vida los venció y que nada de lo que pensamos en un momento sería, ni por asomo, real. Películas como Garden State o la fallida Elizabethtown, no hacen más que reafirmarnos la idea de la derrota y del regreso y de empezar de nuevo.
Jim quería ser escritor desde pequeño. En su cuarto cuelgan fotos de clásicos como Hemingway, Burroughs, Yates y Virginia Woolf. Como el mismo Jim dice, los que no se suicidaron, se emborracharon hasta morir.
Es cierto que Jim podría tener fotos de autores más recientes y que han logrado sobrellevar bien la vida y el éxito, pero las decisiones son propias y difíciles de entender.
Los días de Jim transcurren y en el pueblo nada pasa, es como si la era de hielo hubiera llegado ahí, o quizás nunca se hubiera marchado, manteniendo todo estático y donde lo extático ha pasado al olvido.
El tío de Jim, quien también trabaja en la fabrica, revuelve toda la paz al dejar que su hermana, la madre de Jim, vaya a la cárcel acusada del tráfico de droga que él lleva a escondidas al interior del lugar. Jim, quien sabe la verdad, sólo observa. Visita a su madre, quien le comenta, entusiasmada, lo mucho que conversa con las demás residentes del lugar. ¿Qué hace Jim luego? Duerme, se aliena aun más. Se desconecta de todo. No sabe como enfrentar nada y no sabe manejar la vida de manera mínimamente cuerda.
Quizás el mayor problema que tiene Jim es que no cree poder ser feliz. No cree, siquiera merecerlo. “Habiendo tanta gente interesante y contenta en la vida, ¿no crees que estarías mejor con alguno de ellos?”, le dice Jim a Anika en un momento de franqueza.
Como siempre ocurre con estas historias, no sé si con la vida, existe una lección y existe un avance. Aun cuando Jim siga siendo el mismo y sus padres sigan siendo los mismos al igual que su pueblo y la gente que ahí habita, las cosas han cambiado. Y es quizás el momento de empezar una nueva etapa y es quizás el momento de poner una sonrisa al rostro de Hemingway.
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